Los científicos y científicas que aparecen en las películas y las series de televisión suelen ser personajes fríos, un tanto siniestros, carentes de empatía e incapaces de expresar emociones. Como si, en lugar de órganos, venas y arterias, el interior de su cuerpo albergara circuitos eléctricos y microchips. Por fortuna no somos así, al menos la mayoría de los colegas que he conocido durante mi carrera. La investigación científica, al igual que las disciplinas artísticas, es una actividad muy creativa. Cada día, si la burocracia nos lo permite, nuestras mentes se dedican a relacionar conceptos básicos, resultados previos, artículos leídos, ideas recogidas en congresos… y con todo ese galimatías proponemos nuevos experimentos para corroborar nuestras hipótesis. Y lo hacemos con pasión. Por eso me enfado cuando sale a relucir la famosa separación entre «las ciencias y las letras», ya que es más lo que nos une que lo que nos separa.
Quizás para desmitificar esa imagen glacial de las personas que nos dedicamos a la ciencia, me propuse hace unos años escribir una novela que abordara los aspectos más íntimos y personales de los científicos. Y es que siempre me ha gustado inventar historias. Cuando mis hermanas eran pequeñas y no se querían dormir, me tumbaba en el hueco entre sus dos camas e improvisaba algún cuento. Mi especialidad eran las historias de robos, en las que les iba dejando pistas para que descubrieran al ladrón. En los últimos años he retomado con fuerza mi afición por la creación de mundos imaginarios, incorporando a ellos el conocimiento científico adquirido en el ejercicio de mi profesión. Así, he escrito algunos relatos breves (El motín de la microbiota, Lipasa contra Pichia) y varias obras de teatro (La profecía de Bendandi, El 15-M de la Tabla Periódica, Palíndromos, Objetos perdidos). Quiero destacar mi entusiasmo por el teatro, una herramienta única ―aunque poco explotada― para la divulgación de la ciencia. Por ejemplo, en El 15-M de la Tabla Periódica los personajes son los propios elementos, acompañados por sus componentes esenciales (protones, neutrones y electrones), que interaccionan en el escenario para explicar conceptos como el átomo, las reacciones químicas, la precipitación, la acidez o la basicidad.
Pero escribir una novela era un reto mayúsculo. Enmarqué la historia en un contexto (la investigación de los telómeros) bastante alejado del mío (las enzimas), aunque existía un nexo de unión entre ambos: la telomerasa, la enzima responsable del alargamiento de los telómeros, y que afecta tanto al envejecimiento como a la progresión de los tumores. Tuve que realizar una intensa labor de documentación, facilitada por el apoyo de varios investigadores, que compartieron conmigo su experiencia sobre el trabajo en los animalarios, los cultivos bacterianos o el gusano Caenorhabditis elegans. Proyecto TTAGGG (2020) es el resultado de varios años de trabajo y muchas noches ―incluyendo fines de semana― pegado al ordenador. Mi empeño por concluir el proyecto logró derrotar a aquellos momentos en los que estuve a punto de escapar del barco, pero la visión de mis personajes abandonados a su suerte en mitad del océano, me hizo seguir hacia adelante.
Proyecto TTAGGG sigue los pasos del biólogo Ernesto Pardos en su búsqueda de una sustancia que evite el acortamiento de los telómeros, o lo que es lo mismo, capaz de alargar la vida. Con la ayuda de Gadea Hernández, su estudiante de doctorado, el protagonista recorrerá medio mundo, lo que le hará replantearse su percepción de la ciencia y el sentido de su existencia.
En Proyecto TTAGGG se van deslizando los aspectos más cotidianos de nuestro trabajo: las dificultades para estabilizar la situación laboral, la lucha para obtener recursos, la soledad del laboratorio, la necesidad de colaborar, las triquiñuelas de los congresos o la relación con los mentores. Pero sin olvidar que, más allá de nuestra labor científica, somos personas de carne y hueso, con nuestras ilusiones, nuestros miedos y nuestras necesidades afectivas.
Las regalías de esta novela van destinadas al proyecto solidario «Farmacéuticos por Tonga» en Camerún, para mejorar las condiciones de su pequeño hospital.
Más información en: https://www.franciscojplougasca.com/
Francisco J. Plou, ICP-CSIC

Proyecto TTAGGG (2020) es el resultado de varios años de trabajo y muchas noches ―incluyendo fines de semana― pegado al ordenador.