«Ordené entonces que se eligieran por suerte los que, uniéndose conmigo, deberían atreverse a levantar la estaca y clavársela en el ojo del Cíclope cuando el dulce sueño le rindiese».
Canto IX de la Odisea de Homero; traducción de Luis Segalá y Estalella
Homero nos describe un monstruo espantoso, Polifemo, que encierra en la cueva a Ulises y a sus compañeros y comienza a devorarlos por pares ante la aterrada mirada de los demás. Ulises se arma primero de astucia, emborrachando al cíclope, y luego de valor, atreviéndose a cegarlo clavándole una estaca en su ojo y así poder escapar con sus compañeros. Polifemo es uno de los diversos monstruos que aderezan los relatos de todas las épocas, uno de los fabulosos organismos que causaban pavor en el oyente por sus aberraciones físicas. Como poseer un único ojo.
En 1995 la bióloga alemana Cristiane Nüsslein-Volhard y el biólogo norteamericano Eric Wieschaus recibieron el premio Nobel de Fisiología o Medicina. Su gran mérito fue haber inducido y caracterizado muchas mutaciones en la mosca del vinagre, Drosophila melanogaster, estudiar los fenotipos que se obtenían en la cutícula de estos embriones, y así esclarecer el ordenamiento genético que dirige el desarrollo de este animal. La mayoría de los genes que descubrieron y caracterizaron tenían, sorprendentemente, sus homólogos en vertebrados, incluido el hombre, y su trabajo desencadenó un aluvión de estudios, principalmente en ratones, que han contribuido a identificar algunas de las bases genéticas de nuestro propio desarrollo. A uno de los genes que identificaron le llamaron hedgehog (erizo en inglés), porque en la cutícula de los embriones de Drosophila formaba un césped de dentículos que se asemejaban a las espículas de este animal. Uno de los genes homólogos en humanos, llamado Sonic Hedgehog, desempeña un papel importante en la fusión de zonas izquierda y derecha en la cabeza, y cuando muta da lugar a fetos con varios defectos, entre ellos la presencia de un solo ojo, defecto que, por no contrariar a Homero, se denomina ciclopia.
Otros peligros acecharon a Ulises durante su periplo, si bien más dulces no menos letales. En el canto XII de la Odisea, Homero nos describe cómo la nave de Ulises se adentraba en el reino de las sirenas, mágicas criaturas con cabeza y tronco de mujer y cola de pez. Las sirenas atraían a los viajeros con sus cantos melodiosos pero, como le profetizó la maga Circe a Ulises, aquel hombre que imprudentemente oía su voz y se acercaba a ellas no volvería a ver a su mujer ni a sus hijos. Siguiendo sus consejos, el astuto Ulises mandó tapar con cera los oídos de la tripulación para que no oyeran las voces de estos seres y él se hizo atar a un mástil para impedirse abandonar el barco rendido ante el encanto de las sirenas. Estos organismos eran quimeras, mezcla de dos especies (mujer y pez), como lo eran otros engendros míticos: el Minotauro, mezcla de hombre y toro; los centauros, mitad hombre mitad caballo; la Esfinge, una mujer con cuerpo de león, o la propia quimera, el epónimo de estos monstruos, cuya cabeza era de león, el cuerpo de cabra y la cola de serpiente.
La investigadora francesa Nicole le Dourain comenzó en los años 60 del pasado siglo a crear sus propias quimeras. Tras años de enseñar como profesora en un lycée, comenzó a trabajar en un laboratorio de Etienne Wolf y en 1966 formó su propio grupo en la Universidad de Nantes. Allí empezó a realizar una serie de experimentos fuera de su línea principal de investigación y, como ella misma explica, “solo para divertirse”: para determinar el origen de ciertas células se le ocurrió combinar fragmentos de tejido neural de dos especies distintas, pollo y codorniz. Podía distinguir ambas especies en el tejido agregado por la diferente morfología celular, y así contribuyó a importantes avances en el conocimiento de la migración y determinación celular. La fiebre de producir quimeras continuó en años sucesivos: en 1973 se obtuvieron las primeras quimeras entre ratón y rata, en 1984, de oveja y cabra. Estos experimentos no son caprichos de los investigadores: las quimeras proporcionan información útil para desentrañar mecanismos biológicos esenciales, como el potencial de desarrollo de células troncales (o células madre) y la compatibilidad de tejidos de distintas especies, y posibilitan el alivio de enfermedades. Así, se continúa intentando producir quimeras, introduciendo células humanas en embriones de cerdos (cerdos “humanizados”), con el propósito de producir órganos para posibles trasplantes.
Las mitologías de diversos pueblos antiguos, las leyendas contadas en las tribus, los relatos de viajeros medievales, nos regalan una plétora de quimeras y monstruos: Marco Polo nos describe hombres con cabeza de perro, semejantes al dios egipcio Anubis, la mitología india describe al dios Ganesh, hombre con cabeza de elefante. La moderna biología ha caracterizado mutaciones que producen monstruos y ha imaginado un moderno bestiario con seres imposibles, mezcla de distintos animales. Parafraseando a Oscar Wilde podríamos decir que la biología imita a la literatura y que los biólogos siguen a Homero.
Ernesto Sánchez-Herrero (CBM-CSIC)

Estatua de bronce conocida como la Quimera de Arezzo.