La palabra “ciencia” aparece 39 veces en El nombre de la rosa, la novela que Umberto Eco publicó en 1980. Otros términos como “filosofía” o “teología” —que serían más acordes con el ambiente y la época (una abadía benedictina en la Baja Edad Media)— aparecen con menos frecuencia[1], y eso lleva a pensar en un desequilibrio en el texto. No es tal. La razón hay que buscarla en Guillermo de Baskerville, el monje protagonista que ejerce de detective para intentar resolver los crímenes que suceden en el monasterio. Discípulo de Roger Bacon, mantiene una actitud empirista, de filosofía natural, sin recurrir a explicaciones sobrenaturales. En contraste con el oscurantismo medieval, su espíritu racional ilumina el libro. Exinquisidor —lo que refuerza el carácter detectivesco del personaje—, sus reflexiones sobre la naturaleza abundan en la novela. También sus comentarios sobre los libros que halla —una buena cantidad sobre ciencia— en la biblioteca de la abadía. Guillermo de Ockham, un pensador franciscano coetáneo a los hechos narrados, sirvió a Eco de inspiración para crear este personaje de ficción.

Las incursiones nocturnas de la pareja Guillermo-Adso (su discípulo) en esa biblioteca prohibida proporcionan oportunidades para que el autor, con su enorme cultura, nos ilustre sobre textos medievales. Entre otros, aparecen estos libros de ciencia:

  • Theatrum Sanitatis, Ibn Butlan. Tratado de medicina, redactado por un sabio árabe de Bagdad en el siglo XI, profusamente ilustrado (es una versión del Tacuinum Sanitatis). Guillermo lo cita cuando habla por primera vez con el monje herbolario de la abadía.
  • De virtutibus herbarum, No he encontrado una referencia moderna a este libro con ese autor. Creo que se trata del Circa Instants, un herbario de plantas medicinales escrito por el médico Matthaeus Platearius en el siglo XII. Lo menciona Guillermo en la referida conversación con el monje herbolario.
  • Algebra, Al Kuwarizmi. De nombre completo Compendio de cálculo por reintegración y comparación, esta obra nació con una motivación didáctica —para resolver problemas de la vida cotidiana— y contiene un estudio exhaustivo de la resolución de ecuaciones lineales y cuadráticas. Fue compuesta por el sabio persa Al Kuwarizmi, que vivió en Bagdad en el siglo IX y trabajó en la Casa de la sabiduría. El nombre latinizado del autor ha producido el término ‘algoritmo’, tan utilizado hoy por la tecnología informática, mientras que del título en árabe ha derivado la palabra ‘álgebra’. Se usó como principal tratado de matemáticas en las universidades europeas durante varios siglos. Guillermo lo identifica en el códice que contiene los títulos de la biblioteca.
  • De aspectibus, Alhacén. Se trata de siete volúmenes de óptica, compilados por el estudioso árabe Ibn al-Haytham —conocido en occidente como Alhacén— en el siglo XI. La primera vez que se adentran en la biblioteca, Guillermo se lo recomienda a Adso tras descubrir un espejo que devuelve sus imágenes agrandadas y deformadas, y que el aterrado discípulo confunde con la figura del diablo. Más adelante, el libro aparece en la misma biblioteca.
  • Tabulae, Al Kuwarizmi. Tablas astronómicas del sabio persa antes citado. Al Kuwarizmi es el único autor de ciencia del que se mencionan dos libros en la novela. Guillermo lo reconoce curioseando —Adso le lee los títulos porque él ha perdido sus gafas para ver de cerca[2]—, la primera vez que se cuelan en la biblioteca.
  • De oculis, Ibn Isa Al-Kahhal. Tratado de oftalmología, compuesto por el sabio árabe Ibn Isa, que vivió entre los siglos X y XI (el sobrenombre “al-kahhal” significa “el oculista”). Guillermo lo halla fisgando, de la misma forma que el libro anterior.
  • De medicamentis, Quintus Serenus. No he hallado una referencia actual a este título con ese autor, un erudito romano que vivió entre los siglos II y III. Creo que se trata del poema De medicina praecepta, en donde se recogen distintos remedios, muchos tomados de Plinio el Viejo. Adso lo encuentra en el catálogo de la biblioteca.
  • Almagesthus, Ptolomeo. Tratado de astronomía, escrito por Claudio Ptolomeo (siglo II, Alejandría), conocido en la Edad Media a través de versiones árabes. Su título proviene del árabe Al-Magisti que, a su vez, se basa en una parte de su denominación original en griego. Como en el caso anterior, Adso lo halla revisando el catálogo de la biblioteca.
  • Canon, Avicena. Enciclopedia en 14 volúmenes, escrita por el estudioso árabe Ibn Sina —conocido en occidente como Avicena—, que consiguió capturar todo el conocimiento médico de la época (siglo XI). Este libro lo descubre Adso la segunda vez que entran en la biblioteca. Después, lo consultará buscando remedio a su enfermedad del amor.

La mayoría son obras en prosa, aunque la poesía aparece en las recetas medicinales. Abundan los libros ilustrados, prueba del alcance que tiene lo visual en la comunicación de la ciencia. En cuanto a temáticas, la medicina gana por goleada; le sigue la astronomía. Parece que, desde la antigüedad, nos hemos ocupado primero de nuestro cuerpo antes de volver los ojos hacia las estrellas. La mayoría de los libros provienen de oriente, escritos por sabios y eruditos árabes; también aparecen algunas traducciones de obras clásicas y, por último, hay un texto italiano de la época. Eco muestra claramente la relevancia del islam en el conocimiento disponible en la Europa medieval, saberes que —en una época atravesada por guerras de religión— atesoraban los monasterios cristianos.

A primera vista, esta novela se consume en la historia de los asesinatos entre monjes. Pero una visión más profunda nos conduce a los libros, y destaca la figura del libro prohibido que no se puede leer. Esta contradicción grosera origina violencia y destrucción. El conjunto de la obra subraya la fuerza de la lectura, reflejada en la frase con que Eco cierra la introducción: «in omnibus requiem quaesivi, et nusquam inveni nisi in angulo cum libro»[3].

[1] Las palabras “filosofía” y “filósofo” aparecen 6 y 19 veces; “teología” y “teólogo” lo hacen en 13 y 15 ocasiones, respectivamente.

[2] No es un procronismo.

[3] “Busqué en todas las cosas el descanso, y en ninguna lo encontré, excepto en un lugar solitario en compañía de un libro”.

Pedro Meseguer (IIIA-CSIC)

Finaliza el proyecto #Protagoniza: Ciencia y Divulgación Inclusivas, del CSIC

Fotograma de la película El nombre de la rosa (1986).